La casa era un deslinde desdibujado de la vida comunitaria y la vida familiar. Sus límites borrosos empezaban en una cerca puesta, apenas, para resguardar el verdor del jardín de la inquietud de los burros trashumantes. Aquel muro podía estar sin sorpresa envuelto en el embrollo de cadenetas silvestres rematadas con punteados de racimos rosados o amarillos.
En uno de los vértices de ese horizonte, siempre cuadrado, se alzaba vigilante un roble deshaciéndose en lágrimas moradas para cubrir sus plantas avergonzadas por su desnudez o una palma altiva que, en una conversación permanente con la brisa, ocultaba su robo visceral de la esencia de la tierra, guardada en la altura en cantimploras amarillas.
Cruzando el umbral de aquel mundo de etapas, el visitante adormecía sus intenciones en el envoltorio de una atmósfera de toronjil, mientras seguía su curso dibujado por los tallos retorcidos de rosas de colores y un valle, a veces infranqueable, de margaritas, anturios y candungas.
El caminante era recibido por el metal ensortijado de un "rocío de oro" y por la alfombra de besos de un peral enardecido, cuya copa fue innumerables veces el cenit de las parrandas que se formaban al frente de la casa. Un muchacho moreno juntaba los despojos de la vegetación con una escoba de "hierbita de paraco", mientras algunas almas reposaban el peso de sus años en el tejido vacilante de una mecedora. El paso podía verse interrumpido, dependiendo de la hora, por una barrera reconfortante de palabras.
Si el andar continuaba, el visitante refrescaría sus ser al amparo de una arquitectura vernácula, mientras era recibido por la cadencia pausada de una voz que inquiría un "Opa y ¿cómo está?" Debían, después, los ojos rehuir la increpación hiriente de un sol que, sin resignarse a perder protagonismo, se reflejaba bruscamente en la espalda caliente del piso de la sala enfrentada al patio trasero.
La mirada atrevida podía adivinar a su izquierda unos aposentos flanqueados por hamacas, camas, escaparates, peinadores, lámparas de petróleo apertrechadas por si faltaba la luz, convites de pan detrás de las puertas, bendiciones del Papa traídas de un viaje a Roma, una máquina de coser que había costado quinientos pesos y baúles de Curazao.
A su derecha, un jardín interior que se colaba por las ventanas de la sala, después una fiambrera que observaba apacible el paso del tiempo, recordando los olores guarecidos de la herrumbre exterior de hacía ya algunas décadas. Al lado, el tinajero con su vientre expectante reclamando las tinajas para, como en otros tiempos, enfriar en silencio el agua.
El paso podía cambiar de ritmo al ver el visitante su humanidad atraída por la cocina inundada de los vapores de un sancocho de chivo, un guiso de conejo y las burbujas terriblemente amenazantes de una mazamorra de plátano para la comida de la tarde. Quien lograba esa feliz ocasión ya podía figurarse, con la seguridad de quien conoce, su imagen sumergida en el deleite del almuerzo.
Encontraba ahí su mirada, en la imperturbable posición de un asiento recostado en la pared, seguramente un saco de mazorcas esperando el cercenar de sus barbas castañas brillantes, una batea de achiotes exhibiendo su escarlata al sol, una botella de vinagre de piña madurando su intimidad y un comedor auxiliar que colindaba con un jardín interior de corales rojos.
El aire del patio encontraba reposo a la sombra de dos naranjos poseídos de prodigalidad y provistos de juguetonas extensiones colgantes ajenas a su naturaleza que, también, guardaban del fulgor del mediodía un aguamanil siempre provisto de agua.
El patio trasero era un universo habitado por guayabos con su corteza resquebrajada, obstinados en reproducirse sobre el techo de la casa; tamarindos contrapunteando la acidez y a dulzura; chirimoyos, que desvestían su tristeza desperdigando sus ennegrecidos frutos precoces; un pomelo cargado de fertilidad; nísperos indefensos ante las veleidades de azulejos hambrientos; toronjas prediciendo su futuro almibarado; mangos ruborizados por sus más de dos kilos; un ciruelo solitario, un guanábano y un zapote espigados y un bosquecito de matas de plátano, piña, sábila, malanga, ñame y un palito de limón resguardando nidos de arena húmeda para las gallinas.
Esa casa que hoy es el esqueleto de una estancia, que parecía detenida en los linderos del comienzo del siglo XX, tenía un traspatio; un gallinero; una alberca, para aprovisionarse de agua cuando faltara; varios cuartos clausurados para guardar cachivaches; una despensa donde convivieron cebollas, ajíes, lisas y todos los elementos necesarios para satisfacer los apetitos de cada día; una pieza para la lavadora, que fue una adquisición de los setenta, y un fogón de leña, apartado de la cocina, donde tostaron sus cortezas abrasadas miles de semillas de marañón.
Tal era la estructura de una casa que había albergado, también, en sus primeros años un telégrafo. Y tal es hoy el recuerdo de haber habitado cada rincón, haber guardado en la memoria el hálito de cada olor y haber alimentado el alma con el eco alegre y bullicioso de cada parranda que encontró allí acogida.
La casa es una entidad de la historia porque es un testimonio vivo de la cotidianidad revelada en los límites tangibles del espacio habitado, al cual se le imprimieron unas características que son hijas de su época y que sobreviven a sus propios habitantes, para darle a los transeúntes en el tiempo una recreación del ajetreo de las mañanas y las tardes de quienes ahora sólo se agitan en las paredes de la memoria.
martes, 6 de mayo de 2008
La casa como una entidad de la historia
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10 comentarios:
Quiero felicitarte por esa capacidad descriptiva que posees, me siento leyendo un cuento de Isabell Allende.
Con esta descripcion dela casa, has logrado llegar alas fibras mas profundas de nuestros sentimientos.
Es admirable como conservas intactas todas las impresiones,imagenes ,aromas y recuerdos de tu infancia vividos en nuestro terruño.
seguramente la placides que se sentia en aquella morada inundada por el perfume de la vegetacion el calor del amor familiar con el que te aco gieron siempre tus abuelos imprimieron en tu memoria estas vicencias.
Felicitaciones!
la casa de mi tia pacha que linda!!!!! me trae muchos recuerdos. te felicito por la manera tan espectacular de esribir que tienes...
Que buena forma de refrescar los recuerdos de esa vida soñada que algun dia tuvimos y que seguira plasmada en nuestras almas..... Tu descripcion puede llegar transportar al lector a momentos, lugares, personas y sensaciones que despiertan sentimientos y anhelos de poder estar alli nuevamente.
FELICITACIONES!!!!!
Al leer los párrafos de tu descripción me hacen recordar estrofas de las celebres canciones del maestro Escalona...te felicito!
La casa es en Patillal y en los pueblos de Colombia un sitio que se acomoda en la memoria no solo para ponernos nostalgicos sino para sabernos poseedores de nuestra memoria.
Que maravillos recuerdo!!!! como he revivido cada palabra, cada sabor, cada olor......
Graias por poner palabras a tan maravillosos recuerdos.
FELICITACIONES!!!!
Cada una de estas casas fueron disenadas por sus duenos para tener una vida plena, dentro de los marcos de la tranquilidad, paz, conversacion, y un letrero gigante que te dice donde sea que este la casa: BIENVENIDO, PONTE COMODO Y VIVE FELIZ!!..
Inesperadamente me envolví en tu descripción perfecta de la casa y no pude evitar las lágrimas, por tantos recuerdos imborrables de una feliz infancia.
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